EL CLIMA

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12/08/2015

Un cura poco convencional

Su forma de hablar y su alegría han hecho de Jesús Domaica una persona querida en la ciudad y en la comunidad de la capilla Medalla Milagrosa donde estuvo más de 30 años.
Jesús José Domaica es un cura de nuestra ciudad que se ha caracterizado siempre por su vocabulario
común, su forma de ser simple y su contacto con la gente. Ha sido uno de los creadores de la Invasión de Pueblos y, además es una persona muy reconocida en su barrio ya que el apellido de la familia Domaica lleva 80 años en el lugar desde que el padre de Jesús vino desde España y construyó allí su casa.
Nació un 16 de marzo en la misma casa en la que vive actualmente, en la calle 40, la cual fue construida por su padre que era oficial de albañil. "Estaban poniendo las últimas chapas del techo y mi mamá me decía que, cuanto más ruido hacían mientras ponían las chapas, más gritaba yo cuando iba saliendo y que por eso salí gritón”, manifestó Domaica, sonriente.
La familia se formó por diez hermanos de los cuales solo dos son mujeres: la más grande y la más chica. "Mi padre era albañil pero también cocinaba y sabía hacer unos sándwiches bárbaros, y ¿dónde está lo mejor del sándwich?” dijo sonriente Domaica, por ser uno de los hermanos varones del medio en la familia.
De la infancia recordó que su casa era prácticamente "el jardín de infantes del barrio”, que los juguetes que utilizaban diariamente eran fabricados por ellos mismos y que, además, inventaban juegos nuevos todo el tiempo.
A modo de anécdota de aquellos años recordó que cuando se portaban mal los mandaban a la cama sin comer pero "nos robábamos un cacho de pan y lo llevábamos a la cama. Mamá se daba cuenta porque eran dos piezas en la casa: en una dormían mis padres y en la otra estaban las camas cada vez más amontonadas a medida que íbamos naciendo. Una de esas camas siempre tenía migas de pan”.
El estudio
Todos los hermanos fueron al colegio Nº 6, cuando éste se ubicaba en la sección de quintas, cerca de 83 y 48, y después que terminaban el tercer año en ese lugar se pasaban a hacer cuarto, quinto y sexto, en la Escuela Nº 1. "Mis expectativas de ir a la Escuela 1 era andar con zapatos y medias porque a la Escuela 6, que era campo total, iba de alpargatas y sin medias”, manifestó entre risas, recordando aquella época.
Haciendo una comparación con la forma de cursar el colegio primario de aquella época con la forma actual de dar las clases, explicó que "había una relación entre alumno y maestro como de hijo y madre, de creciente a crecido. Nos orientaban a la vida. Eso ha cambiado pero está queriendo volver, porque la maestra además de profesional, existencialmente también es madre y los alumnos son niños”.
También recordó que en aquellos tiempos, el colegio primario se comenzaba con ocho años y que su inicio en primer grado coincidió justo con el momento en que se cambió la ley y se empezaba a los seis como hoy en día. "Yo me sentía mal, era un borrego grande de ocho años, con nenes y nenas de cinco o seis, pero fue una etapa que vivimos compartiendo juegos y crecimos juntos. Era una maravilla”.
Cuando se pasó en cuarto grado a la Escuela nº 1, repitió de grado y por eso le llevó hasta los 12 terminar el colegio primario.
Elegir el futuro
La historia del por qué eligió ser cura es casi tan particular como su forma de serlo, ya que no fue por una firme convicción de llevar la palabra de Dios a toda la comunidad sino que fue por acompañar a sus hermanos a misa.
Según contó, en su casa iban a hacer catequesis de a dos, desde septiembre hasta diciembre, y tomaban también la comunión de a dos, en diciembre. Cuando le llegó el turno de él junto a uno de sus hermanos, en una de las jornadas del catecismo el cura los retó a ambos por estar charlando. "Nosotros ni movíamos la boca pero nos hicieron pasar adelante con una vergüenza terrible y nunca me olvidé de ese día”, contó.
Tiempo después, cuando les tocó el turno a sus hermanos más chicos, estos se negaron a participar y Jesús les dijo con bronca que tenían que ir para que el cura los haga pasar un mal momento a ellos también. Así fue que Doimaica, aunque él ya había pasado por eso, se dispuso a acompañar a sus dos hermanos a catequesis para asegurarse de que vayan. "Esa fue mi tragedia, mi engaño, me lo hice yo mismo. Por eso creo que los caminos de Dios te agarran por cualquier lado”, dijo.
Uno de los días en que Jesús acompañaba a sus hermanos, el cura de la iglesia de aquel entonces le propuso durante uno de los recreos ser el jefe de los monaguillos porque le "pasta” para eso. Si bien no le gustaba para nada la idea, el "adorno de ser el jefe” lo incentivó a aceptar. Desde 1950, con 12 años, comenzó a ser monaguillo y lo siguió haciendo por tres años hasta que, a los 15, entró al seminario para hacerse cura.
Ser cura
"Entregar totalmente tu vida en bien del otro”. Ese fue y es hoy el lema de la vida de Jesús Domaica y lo ha sido durante su trayectoria como cura pero, sobre todo, se ha propuesto "ser feliz, pese a las tristezas y amarguras”. "Mis padres me dejaron eso, porque pasamos muchas necesidades, pero siempre se mostraron felices. Yo supe aprender que mi vida está consagrada para los demás, en eso encuentro la felicidad en medio de todas las circunstancias de la vida”.
En su trayectoria, comenzó en 1961 como secretario del obispo de la catedral de Mar del Plata y estando a cargo de la juventud de la parroquia. Allí estuvo alrededor de cuatro años dedicándose también a la parte de las confesiones. También estuvo en La Dulce, desde 1965 hasta 1971 y allí compró la esquina que se ubicaba frente a la parroquia para hacer un proyecto de centro para estudiantes. En ese momento el obispo lo llamó para estar a cargo de la Pastoral de Jóvenes y crearon el Movimiento Juvenil Católico, con distintos grupos y temáticas a tratar y así, de a poco, fue surgiendo la Invasión de Pueblos que se mantiene y se extiende hasta hoy. "empezamos siendo algo más de cien y hoy son más de mil chicos que se trasladan de un lado a otro”
Más tarde, en la época de la llegada de los militares al gobierno, se mudó a Maipú donde tuvo un gran vacío interior y se sintió muy mal. "Saliendo de la parroquia para Necochea para descansar, me acompañó Oscar Amado que éramos amigos. Esa amistad fue una salvación en mi vida porque nos podíamos contar todo y hablar de todos los temas. Eso me salvó la existencia”.
Finalmente se mudó a Necochea a la Medalla Milagrosa, donde ayudó en la remodelación y expansión como así también en la creación de la panificadora que se encuentra en un terreno lindero.
Hoy sigue siendo llamado para bendecir lugares importantes y es recordado y querido por todos los vecinos. "Siempre fui rezongón, quisquilloso y calentón pero el sacerdocio está para brindarse a los demás sabiendo siempre que todos los seres humanos estamos carenciados, los ricos y los pobres, los ricos incluso más que los pobres”.

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